jueves, enero 29, 2009




A lo largo del paseo, árboles de luengos ramos se deshacían sobre los transeúntes, que tímidamente, danzaban sobre las fallecidas hojas que yacían sobre el suelo. El cielo parecía estar de luto, quizás alguna estrella había perecido hoy. En uno de los bancos, entre dos plátanos, un hombre fumaba. Su piel, pálida como las primeras nieves de invierno, contrastaba con aquella oscura noche y con sus ojos negros como el carbón. Sus pupilas reposaban sobre el caminar de la gente que jamás le vio, entre calada y calada, una sonrisa osaba mostrarse pero era al instante callada. Nunca supo discernir entre realidad y ficción, pero en aquel instante, el hombre sabia con certeza que aquello que contemplaba no era más que un espejismo fruto de sus exhaustos y lánguidos recuerdos.