lunes, marzo 23, 2009


No tiene sentido, no tienes sentido. A tu lado no soy más que una abeja adherida a tu piel como si de polen se tratara. Juntos creamos miel, dejamos que se deslizara por nuestras espaldas al son de mis caricias. Dejaste impregnados tus labios en los míos pensando que pronto alzarían el vuelo. Pero jamás lo hicieron, volar no siempre es tarea fácil, y esta miel que envuelve y encierra... ¿Cómo pretendías que me deshiciera de ella si apenas conseguía abrir las alas?. Te equivocaste de víctima, tejiste a la perfección una telaraña que ahora escupe sobre mis cabellos. Pero están trenzados sobre tu columna vertebral, son parte de ti y te empeñas en negar la evidencia. Desde luego, pecador, haces que la justa acabe remordiéndose las entrañas sobre nuestro viscoso tapiz. ¿Crees que no adiviné el as que tímido se escondía bajo tu manga?. Amor, por suntuosa que sea tu sonrisa y la ceguera que me causaba tu mirar, las palabras siempre ganan y traicionan.
Y yo, a mi gran pesar, siempre dejo que me ahoguen,
y me venzan.

miércoles, marzo 18, 2009

Cuestión de ovarios



Hoy, tras una apacible tarde entre ruedas y humo me disponía a volver a mi hogar por vía subterránea. Las gentes que circulaban dichos pasajes eran seres singulares, encorvados y con cara de pocos amigos pero, ya se sabe, una se acostumbra. Subí al vagón, terminé de leerme Phèdre y contemplé como desfilaban humanos y paradas hasta que llegó el momento de resurgir a la superficie. Y, señores, aquí es donde la normalidad (aquí en el sentido de costumbre) se turbó y me dejó más que de piedra, de roca, iceberg o menhir. Estaba yo alcanzando el último peldaño de la fatal escalera cuando un habitante del mundo con aire (pseudo)despistado se acercó a mi oído y susurró -abran bien los ojos- “Quiero tus ovarios, nena.”. Francamente no supe muy bien que pensar, ¿sería algún científico americano en busca de células madre? ¿un ginecólogo que vendió su alma a la Locura?. Bueno, esto lo escribo en este instante pero pensé algo parecido a “Joder, ¡qué coñazo estos salidos! Que busque piropos en la wikipedia, a ver si aprende”. Podría haberme parado y haber indagado sobre las razones de dichas palabras, o haberle contestado con alguna frase ingeniosa pero decidí ser sabia e ignorar puesto que es la mejor de las respuestas. A pesar de todo las cuatro palabrejas colmaron mi mente de incógnitas durante toda la cena, ¿de dónde habría sacado eso?. Ahora tras haber digerido veo las cosas con más objetividad y he dejado el incidente en el compartimento de mi memoria reservado a las cosas-poco-relevantes-pero-graciosas-de-recordar-y-explicar-a-tus-futuros-(no)hijos. Y la vida sigue.

martes, marzo 03, 2009

L u n e


La luna asomaba y yo me disponía a salir a comprar pan. Siempre fue tradición en mi familia ir a buscar una barra de pan antes de la hora de cenar. A pesar de ser pocos, mi madre y mis dos hermanos, la barra desaparecía cual nieve en los brazos del sol. A medida que la dama de plata se izaba sobre nuestras vidas y que su ilustrado señor huía de ellas, mi cuerpo iba dejando atrás toda tensión y tormento. Cuando era una niña, mi madre siempre me decía que no era hija suya que había realmente sido concebida por la noche, por el firmamento y que por ello aborrecía la luz solar. Siempre quise creer que así era. Ya alcanzaba el final de la calle, mis pasos resonaban sobre el pavimento cómo si rugiera al contacto de ellos. Al fin y al cabo, también lo que nos rodea tiene derecho a unas horas de descanso, aunque todos conocemos el egoísmo humano y la irrelevancia que le atribuye a las cosas que no se mueven con su fajo de billetes. La tierna luz de las farolas reflejaba mi sombra, distorsionaba mi cuerpo, desnudaba mi alma. Distraída, me perdí en mis percepciones cuando advertí que la panadera ya estaba a punto de marcharse. Se percató de mi presencia entre las tímidas estrellas y con un suave ademán me invitó a acercarme a ella. Estaba a apenas unos metros de ella y vi que sacaba algo que había escondido tras su espalda. “Pensé que ya no vendrías”, me dijo. “Toma, te guardé una barra por si acaso, aún está algo caliente.”. Esbocé una sonrisa y dejé que se perdiera en la infinidad del cielo. Ahora ya todo se había envuelto en la negrura y una suave brisa me envolvía en una dulce melodía que me acunaba cómo si de un niño se tratara. Cogí la punta de la barra y partí un trozo, siempre que iba a comprarlo no podía retenerme de mordisquearlo , era mi pequeño vicio, uno de esos placeres diarios que acaban por colmar nuestra vida de bienestar. Emprendí la vuelta casa, pensé que estarían muriéndose de hambre, desde luego las noches me pierden. A lo lejos reparé en una ligera sombra, apenas perceptible, uno de aquellos fantasmas de la noche que aparecen y desaparecen a su gusto. Pero algo me sorprendió; aquél fantasma mordisqueaba una barra de pan a la vez que el empíreo lo guiaba a través de un anochecer demasiado oscuro.