domingo, diciembre 06, 2009

The Hill


Podría intentar entenderlo. Entender por qué te anhelo, por qué respiro. Podría alzar un interrogante sobre tu voz y hallar centenares de hipótesis que cobijaría entre mis falanges. No serían más que vacías conjeturas que fingirían Respuesta.
Perderme en tu cabello, reír junto a tus latidos, estrechar la cálida yema de tus dedos junto a mis labios – Inmensidad blanca, nieve encumbrando árboles interminables, montañas perforando el cielo. Respiro.
Suaves olas de calor sobre mi piel, tierno y estremecedor placer, aterciopelado arañazo – Agotadora calidez, arena bañando el cuerpo, perpetuo sol quemando miradas. Respiro.
Pupilas trémulas, despertar en tus palabras, dormir en tus pestañas, escuchar (te) – Infinidad negra, luces rezando a la Luna, gotas fruto de melancolía. Respiro.
No existe respuesta. Debes de ser aire; efímero, etéreo, invisible – pero al mismo tiempo tan tangible, tan presente, necesario. Quizás soy la hoja que se dejó llevar, aquella que decidió desprenderse de la rama y volar. Mi columna vertebral habrá encontrado la pluma que la sostiene, que no permite que se derrita, y desplome.
Respiro.
Respiro.
Respiro.

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