martes, marzo 03, 2009

L u n e


La luna asomaba y yo me disponía a salir a comprar pan. Siempre fue tradición en mi familia ir a buscar una barra de pan antes de la hora de cenar. A pesar de ser pocos, mi madre y mis dos hermanos, la barra desaparecía cual nieve en los brazos del sol. A medida que la dama de plata se izaba sobre nuestras vidas y que su ilustrado señor huía de ellas, mi cuerpo iba dejando atrás toda tensión y tormento. Cuando era una niña, mi madre siempre me decía que no era hija suya que había realmente sido concebida por la noche, por el firmamento y que por ello aborrecía la luz solar. Siempre quise creer que así era. Ya alcanzaba el final de la calle, mis pasos resonaban sobre el pavimento cómo si rugiera al contacto de ellos. Al fin y al cabo, también lo que nos rodea tiene derecho a unas horas de descanso, aunque todos conocemos el egoísmo humano y la irrelevancia que le atribuye a las cosas que no se mueven con su fajo de billetes. La tierna luz de las farolas reflejaba mi sombra, distorsionaba mi cuerpo, desnudaba mi alma. Distraída, me perdí en mis percepciones cuando advertí que la panadera ya estaba a punto de marcharse. Se percató de mi presencia entre las tímidas estrellas y con un suave ademán me invitó a acercarme a ella. Estaba a apenas unos metros de ella y vi que sacaba algo que había escondido tras su espalda. “Pensé que ya no vendrías”, me dijo. “Toma, te guardé una barra por si acaso, aún está algo caliente.”. Esbocé una sonrisa y dejé que se perdiera en la infinidad del cielo. Ahora ya todo se había envuelto en la negrura y una suave brisa me envolvía en una dulce melodía que me acunaba cómo si de un niño se tratara. Cogí la punta de la barra y partí un trozo, siempre que iba a comprarlo no podía retenerme de mordisquearlo , era mi pequeño vicio, uno de esos placeres diarios que acaban por colmar nuestra vida de bienestar. Emprendí la vuelta casa, pensé que estarían muriéndose de hambre, desde luego las noches me pierden. A lo lejos reparé en una ligera sombra, apenas perceptible, uno de aquellos fantasmas de la noche que aparecen y desaparecen a su gusto. Pero algo me sorprendió; aquél fantasma mordisqueaba una barra de pan a la vez que el empíreo lo guiaba a través de un anochecer demasiado oscuro.

1 comentario:

en el clavo dijo...

mi pequeña hermana, nocturno vampiro, me gustan tus detalles. Ya estoy en London, me fui sin despedirme, como suelo hacer... no me gustan los adioses.

Hablamos por el ciberespacio.

Lo.