Erróneos pasos y ,
Me arrastro, me someto, te suplico.
Indiferente, frío como el blanco mármol. Lejano, ausente.
Siento que te pierdo, siento que te pierdo.
Y, caigo. Y ya en el suelo, casi debajo de la tierra, sigo buscando algo de vida en tus verdes ojos.
Pero, nada. Nada.
Como si los míos no existieran, tus pupilas enfocan un punto fijo.
Un punto fijo que no es más que un paisaje.
Un paisaje en el que te escondes, para pensar, para llorar.
Nada, nada hay en tus ojos y caigo.
A tus pies, mutilada.
Y decides que, quizás, podrías seguir queriéndome.
¿Es eso justo?
Crueldad, la palabra es crueldad.
Soy aquélla que sacia tu rabia.
Me estoy cansando de darte de beber ¿sabes? Como te gusta que te moje...
Pero a mi no me gusta ser la diana con la que juegas.
Sé que sufres, pero yo también.
Sé que sufres pero tantos dardos en mi pecho...
Veneno.
¿Te gusta verme sumisa?
¿Te gusta que te busque, que te lama las heridas?
¿Te complacen mis súplicas?
Saturación.
Tu vaso está lleno, perfecto,
el mío ha colmado.
Qué hundido estás, y cuánto lo sé,
pues todos tus llantos recaen en mis labios.
Por ti me desvivo, por ti me desgarro.
Y es que,
no hay nada más bello que mecerme en tus clavículas.
Nada más hermoso que sentir que me posees,
Que escucharte, que leerte, que escribirte.
Nada más precioso que sentir que eres mío, mío, mío.
Y yo tuya.
Aunque no me creas,
deberías creerme.
Créeme pues en mis venas,
fluyen tus besos,
eres tú quien respiro.
El que deseo,
mi único anhelo.
Nada me llena más que perderme en tus brazos,
retorcerme en tu delgadez.
Sin embargo,
Me hiere que dudes de mí.
Me hieren tus palabras. Tus ojos.
Me mata que creas conocerme
y que realmente
no sepas nada.
Nada.
Nada.
Adiós mi amor.